viernes, 29 de enero de 2010

Origen e Historia del Camino de Santiago


Historia, Leyenda y Significado de Santiago
En el Noroeste de España, en la céltica y verde Galicia, a la que los romanos llamaron "Finis Terrae", por ser el extremo más occidental del mundo hasta entonces conocido, cuenta la tradición que estuvo el Apóstol Santiago, como llaman los españoles a Jacob el hijo de Zebedeo y hermano de Juan el Evangelista.

Cuentan las confusas narraciones de los primeros años de la cristiandad que a él le fueron adjudicadas las tierras españolas para predicar el Evangelio, y que en esta tarea llegó hasta la desembocadura del río Ulla. Sin embargo con poco éxito y escaso número de discípulos, por lo que decidió volver a Jerusalén.

Cuando regresó a Palestina, en el año 44, fue torturado y decapitado por Herodes Agripa, y se prohibió que fuese enterrado. Sin embargo sus discípulos, en secreto, durante la noche trasladaron su cuerpo hasta la orilla del mar, donde encontraron una barca preparada para navegar pero sin tripulación. Allí depositaron en un sepulcro de mármol el cuerpo del apóstol que llegaría tras la travesía marítima, remontando el río Ulla hasta el puerto romano, en la costa Gallega, de Iria Flavia, la capital de la Galicia romana. Allí enterraron su cuerpo en un compostum o cementerio en el cercano bosque de Liberum Donum, donde levantaron un altar sobre el arca de mármol.

Tras las persecuciones y prohibiciones de visitar el lugar, se olvidó la existencia del mismo, hasta que en el año 813 el eremita Pelayo observó resplandores y oyó cánticos en el lugar. En base a este suceso se llamaría al lugar Campus Stellae, o Campo de la Estrella, de donde derivaría al actual nombre de Compostela.

El eremita advirtió al obispo de Iria Flavia, Teodomiro, quien después de apartar la maleza descubrió los restos del apóstol identificados por la inscripción en la lápida. Informado el Rey Alfonso II del hallazgo, acudió al lugar y proclamó al apóstol Santiago patrono del reino, edificando allí un santuario que más tarde llegaría a ser la Catedral. A partir de esta declaración oficial los milagros y apariciones se repetirían en el lugar, dando lugar a numerosas historias y leyendas destinadas a infundir valor a los guerreros que luchaban contra los avances del Al-Andalus y a los peregrinos que poco a poco iban trazando el Camino de Santiago.

Una de ellas narra como Ramiro I, en la batalla de Clavijo, venció a las tropas de Abderramán II ayudado por un jinete sobre un caballo blanco que luchaba a su lado y que resultó ser el Apóstol. A partir de entonces surgió el mito que lo convirtió en patrón de la reconquista.

A partir del s. XI Santiago ejerció una fuerte atracción sobre el cristianismo europeo y fue centro de peregrinación multitudinaria, al que acudieron reyes, príncipes y santos.

En los s. XII y XIII, época en que se escribió el "Códice Calixtino"; primera guía del peregrino, la ciudad alcanzó su máximo esplendor. El Papa Calixto II concedió a la Iglesia Compostelana el "Jubileo Pleno del Año Santo" y Alejandro III lo declaró perpetuo, convirtiéndose Santiago de Compostela en Ciudad Santa junto a Jerusalén y Roma. El Año Santo se celebra cada vez que la festividad del Apóstol, el 25 de Julio, cae en domingo.









Origen e Historia del Camino de Santiago
Santiago el Mayor y su vinculación con España
Para entender las peregrinaciones medievales a Santiago de Compostela, debemos partir de la tradición que habla de la labor evangelizadora de Santiago en tierras de la Hispania romana.
Se sabe que tras la muerte de Cristo, Santiago el Mayor, hijo de Zebedeo, continúa inicialmente su labor apostólica en Jerusalén.
Posteriormente, pudo embarcar hasta alcanzar algún puerto de Andalucía en cualquier carguero que comunicaba comercialmente Hispania (que aportaba metales y otras materias primas) con Palestina (de la que se recibían mármol, especias y objetos elaborados)
Su misión evangelizadora comenzaría en el sur de Hispania para posteriormente desplazarse al norte por tierras portuguesas (Coimbra, Braga, etc.) llegando hasta Iria Flavia, ya en Galicia.
Posteriormente se dirigiría hacia el este de la península (Lugo, Astorga, Zaragoza y Valencia) para partir, de nuevo, hacia Palestina, desde la costa mediterránea española.
A su llegada a Palestina y tras incumplir la prohibición de predicar el Cristianismo, fue decapitado en tiempos de Herodes Agripa. Según la tradición, su cadáver fue robado por los discípulos Atanasio y Teodoro y llevado en barco de nuevo a tierras españolas, en concreto a Iria Flavia (cerca de la actual Padrón).

La tradición prosigue con el azaroso viaje del cuerpo de Santiago, que es transportado en carro hasta el bosque de Libredón, lugar en que los bueyes se negaron a continuar. Este hecho debió ser tomado como una señal divina y fue elegido como lugar de enterramiento.
Para entender el largo viaje emprendido por sus discípulos desde Palestina a las costas gallegas para dar sepultura al cuerpo de su maestro, tenemos las afirmaciones de San Jerónimo que ratifica que fue establecido, al disponerse la salida de los Apóstoles hacia todos los rumbos de la tierra, que al morir:
“Cada uno descansaría en la provincia dónde había predicado el Evangelio"
Posteriormente, en el Breviario de los Apóstoles, de finales del siglo VI, se habla de la predicación de Santiago en España y de su enterramiento en el Arca Marmárica.
La tradición oral se encarga de difundir el portento y en la segunda mitad del siglo VII, Beda el Venerable describe con meticulosa precisión la localización exacta del cuerpo del Apóstol en Galicia.
Aunque la invasión árabe y los tumultuosos cambios políticos, sociales y religiosos que acarrearon en el país, silencian durante un tiempo la incipiente tradición jacobea en España, pronto resurge, a finales del siglo VIII de la pluma del célebre Beato de Liébana que escribe:
¡Oh Apóstol, dignísimo y santísimo
cabeza refulgente y dorada de España
defensor poderoso y Patrono nuestro.
Descubrimiento del sepulcro en tiempos de Alfonso II el Casto, de Oviedo
Tras la batalla de Covadonga, se asienta en Asturias un pequeño reino que intenta recuperar el ideal unificador de la monarquía hispanovisigoda.

Uno de los principales y decisivos monarcas de este periodo inicial fue Alfonso II El Casto que reinó durante un largo periodo de tiempo (entre el año 791 y el 842). Este gran gobernante estableció la capital en Oviedo, a la que dotó de numerosos edificios públicos y construyó numerosas iglesias (Cámara Santa, San Tirso, San Julián de los Prados...) y palacios, tratando de imitar el antiguo esplendor del Toledo visigodo. Su gran logro fue consolidar la resistencia al poder musulmán de Al-Andalus. Es durante sus reinado cuando se produce el milagroso descubrimiento de la tumba del Apóstol Santiago.
Según cuenta la Concordia de Antealtares, -el primer testimonio escrito de los hechos, datado en 1077- un ermitaño llamado «Pelayo» que vivía en Solovio, en el bosque de Libredón, empezó a observar durante las noches resplandores misteriosos. Inmediatamente informó del hallazgo a Teodomiro, obispo de Iria Flavia que marchó a aquel lugar encontrándose que esa luz revelaba el lugar donde estaba enterrada el Arca Marmárea. En el sepulcro pétreo reposaban tres cuerpos, atribuyéndolos a Santiago el Mayor y sus discípulos Teodoro y Anastasio.
Teodomiro visita la corte ovetense de Alfonso para informarle de tan fenomenal suceso. El monarca organiza un viaje a este lugar rodeado de sus principales nobles, y al llegar al citado "Campo de Estrellas" (Compostela) manda la construcción de una pequeña iglesia de estilo asturiano, que ha sido constatada por las excavaciones arqueológicas. Teodomiro traslada la sede episcopal a este lugar y muere en el año 847 (en las excavaciones arqueológicas ha aparecido su lauda sepulcral)
Desde este momento, queda establecida oficialmente la tumba del apóstol en aquel mágico lugar, cercano al cabo de Finisterre, punto situado en el extremo occidental de Europa. El camino a Finisterre era indicado desde cualquier lugar de Europa por las estrellas de la «Vía Láctea». desde antiguo se creía que allí se acababa el mundo y que el Atlántico era «la tumba del sol». Posiblemente estos hechos geográficos y astronómicos ayudaron a reforzar el magnetismo que desde entonces provocó en millones de almas la ruta jacobea.
Los siglos IX y X representan la consolidación del reino asturleonés en condiciones muy difíciles desde el punto de vista político, religioso y militar.
Por un lado la iglesia ovetense se encuentra enfrentada con la de Toledo, (famosos son los cruces dialécticos entre Beato de Liébana y Elipando de Toledo a cuenta de la herejía adopcionista) para los asturianos la iglesia de Toledo había caído en la tolerancia e incluso complicidad con ciertas creencias del Islam.
Por otro lado, Al-Andalus se había fortalecido políticamente desde la creación del Emirato primero y luego el Califato de Córdoba. Este nuevo poder peninsular quedó reflejado en numerosas incursiones militares durante los siglo IX y X, llegando a su máxima expresión en los tiempos de devastación de Almanzor.
Es por ello por lo que el enorme prestigio que proporciona la presencia de las reliquias de Santiago el Mayor, discípulo preferido de Jesús, fue hábil y rápidamente aprovechado por los monarcas asturianos y leones para consolidar su reino en oposición a Al-Andalus y para darse a conocer al resto de la Cristiandad europea.
Se hace de Santiago el abanderado de los ejércitos cristianos en las contiendas militares y se crea la leyenda de la intervención gloriosa del apóstol en la más que dudosa batalla de Clavijo. Desde entonces, los ejércitos cristianos entran en batalla con el grito:
"Santiago y cierra España"
Existen dos hechos que prueba la importancia del enclave compostelano para la monarquía asturleonesa. Por un lado, en el año 899 Alfonso III, El Magno, consagra una nueva catedral de mayores dimensiones y calidad artística que la levantada por Alfonso II. Un siglo más tarde, en el año 977 Almanzor destruye Santiago -aunque respeta la tumba- a sabiendas que se trataba del centro espiritual del enemigo cristiano.
El apogeo del Camino en tiempos del románico
La orden de Cluny pronto se hace eco del prestigio de Compostela y durante el siglo XI promueve las peregrinaciones a Santiago. A cambio, los reyes cristianos hacen generosas donaciones a sus monasterios.
A lo largo del siglo XI la afluencia de peregrinos se intensifica y comienza la labor organizadora de los reyes para facilitar el tránsito. Se comienzan a construir puentes y hospitales en los enclaves necesarios. Comienza a establecerse una ruta principal con sus respectivas estaciones (Camino Francés).
En el año 1073 se inicia la construcción del tercer templo consecutivo sobre la tumba del apóstol, bajo mandato del obispo Peláez. Será la gran catedral románica que conocemos: un magnífico templo del "románico de peregrinación".

El definitivo espaldarazo que hace del Camino de Santiago la gran ruta de peregrinación de los siglo XII y XIII es la concesión desde Roma de los Años Santos Compostelanos, con la posibilidad de que los peregrinos obtengan la indulgencia plenaria.
La Bula Regis Aeterni concedida por el Papa Alejandro III en 1179, no hace sino confirmar privilegio concedido a Compostela por el papa Calixto II en el año 1120 por lo que serán Años Santos o Años Jubilares todos aquéllos en los que el día 25 de Julio (día de Santiago) coincida en domingo.
Compostela aventaja claramente a la propia Roma en este aspecto. Allí los años jubilares suelen coincidir cada 25 años, en Compostela cada seis.
Las indulgencias de ambos Años Santos son las mismas, es decir, será la indulgencia plenaria o perdón de todo tipo de culpa o pena. Las condiciones para ganar el jubileo son las siguientes:
Visitar en Año Santo la Catedral de Compostela donde se guarda la Tumba de Santiago el Mayor.
Rezar alguna oración (al menos el Credo, el Padre Nuestro y pedir por las intenciones del Papa). Se recomienda asistir a la Santa Misa
Recibir los Sacramentos de la Penitencia y la Comunión, dentro del período comprendido entre los quince días anteriores y posteriores a la visita a Compostela.

En 1139 Aymeric Picaud lleva a Santiago su "Guía del Peregrino" denominado Codex Calixtinus atribuido por los monjes de Cluny al Papa Calixto II, de ahí su nombre. En él se describe el Camino de Santiago y se dan multitud de consejos para recorrerlo, a la vez que describe -de forma muy partidista, eso sí- sus lugares y gentes.
Estamos por tanto, ante la época de esplendor del Camino a Santiago. Miles de peregrinos de toda Europa, dirigen sus pasos hacia el fin del mundo conocido acompañados por su bastón y su calabaza-cantimplora. La vieira o venera conseguida en Compostela acreditará, al regreso, el éxito de la aventura.
Declive
A partir de la peste negra que asola Europa en el siglo XIV las peregrinaciones se ven seriamente disminuidas.
Doscientos años después, la aparición del Protestantismo es otro golpe al Camino de Santiago pues el mismo Lutero disuade a sus seguidores de viajar hasta su tumba con palabras como:
«... o sea, que no se sabe si allí yace Santiago o bien un perro o un caballo muerto...»
«... por eso, déjale yacer y no vaya allí...»
El arzobispo de Santiago en el periodo 1587-1602, Don Juan de Sanclemente y Torquemada, ante la amenaza del corsario Francis Drake que había manifestado su intención de destruir la catedral y el relicario del apóstol, ocultó sus restos llevándose el secreto a la tumba.
Éste y otros motivos consiguen que, durante los siguientes dos siglos, las peregrinaciones a Compostela entran en una atonía tal que según cuentan las crónicas, el 25 de julio de 1867 tan solo habían acudido a Compostela unas pocas decenas de peregrinos.
Resurgir
El arzobispo Payá Rico descubre los restos del apóstol en 1879 y se apresta a la aprobación de la autenticidad de las reliquias, que consigue de las autoridades eclesiásticas y científicas españolas de la época y que ratifica el propio Papa León XIII en su Bula Deus Omnipotens.
Sin duda es el último cuarto del siglo XX cuando verdaderamente se produce el resurgir de las peregrinaciones a Santiago. No cabe duda que parte del éxito de los últimos años se debe a razones de promoción turística de la que ha intensamente sido objeto. Pero también es incuestionable que la ruta jacobea se ha ganado su prestigio actual gracias a su valor eminentemente espiritual, justamente en una sociedad progresivamente enferma de materialismo.
En 1993 el Camino de Santiago fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

martes, 26 de enero de 2010

España aconfesional (según la Constitución de 1.978)

Hoy estará presente la Imagen de Cristo Crucificado, en homenaje y recuerdo a que Él nos quiso tentó que dio su vida por nosotros. Ahora debemos preguntado hasta donde estamos dispuestos a llegar por Él

“Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”. Esto es lo que dice el artículo 16, párrafo 3º, de la Constitución Española.

Como puede leerse, no dice que España sea un estado laico, ni laicista. Un estado laicista es un Estado que ignora deliberadamente las creencias religiosas de sus ciudadanos, y cuyo único mandato a sus gobernantes respecto de la religión es precisamente no tener en cuenta las creencias religiosas de nadie y actuar independientemente de ellas.

Como acabamos de leer en el artículo 16 de la Constitución, en España los poderes públicos deben, imperativamente, no hacer caso omiso (“tendrán en cuenta”) de las creencias religiosas de los ciudadanos. Nos guste o no, la Constitución no dice que España sea un Estado laico.

Lo que dice la Constitución es que “ninguna confesión tendrá carácter estatal”, que no es lo mismo que ser un Estado laico. El Estado aconfesional es el que no se declara oficialmente seguidor de ningún credo religioso, respetando todos los credos y, por supuesto, garantizando la libertad religiosa y de culto de los ciudadanos, con todas las consecuencias. Una de esas consecuencias, por ejemplo, es la libertad de enseñanza en su aspecto de garantía del derecho de los padres a elegir la formación religiosa para sus hijos, prevista en el artículo 27 de la misma Constitución. Especialmente importante en este momento es recordar que la Constitución atribuye a los padres, y no al Estado, la elección de la orientación religiosa de la educación de sus hijos.

Hay dos expresiones en el artículo 16 que quisiera subrayar: son las expresiones “tendrán en cuenta” y “mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación”. Seguramente, las interpretaciones posibles son variadísimas. Pero las palabras son bastante claras. Y el Gobierno lo sabe. Y el Partido Socialista también.

Siendo la Constitución la Ley Española de mayor rango, a la que han de adecuarse todas las demás leyes y la actuación de los poderes públicos, parece que una consecuencia justa es que las leyes y la actuación del Gobierno deben, no como quien hace un favor sino como quien cumple un mandato del pueblo, tener en cuenta las creencias religiosas de la gente y mantener relaciones de cooperación con las confesiones religiosas. Les copio lo que mi diccionario dice que es cooperar: “obrar juntamente con otro u otros para un mismo fin”.

España no es un Estado laico. España es un Estado aconfesional, como no podía ser de otra forma en un país libre y plural. Y precisamente en virtud de esa libertad y de ese pluralismo los poderes públicos españoles están obligados a lo que están obligados. Otra cosa es que el Gobierno y el Partido Socialista quieran amagar, para tener callados a los obispos y que éstos no digan lo que piensan de las iniciativas legislativas sobre el matrimonio y la familia y sobre el aborto y la eutanasia, o sobre la libertad de enseñanza.

Debemos conocer nuestros derechos para pode exigirlos

martes, 19 de enero de 2010

San Sebastián

Hijo de padres ricos y nobles, nació en Narbona, de Francia, y muy joven recibió el Bautismo. Se alistó en el ejército romano precisamente para practicar la religión verdadera ocultamente y convertir al cristianismo a sus camaradas y a cuantos gentiles pudiese. Creía que podría hacer un gran servicio a la Iglesia. Fue martirizado en el año 288. — Fiesta: 20 de enero.

Era Sebastián un soldado valiente y muy apuesto, que formaba parte de la guardia del palacio imperial. El emperador era entonces Diocleciano. Y dícese que Sebastián era por él muy apreciado porque tenía un aire guerrero y a la vez sumiso. Se atraía las simpatías de cuantos le iban conociendo. No es extraño, pues, que Diocleciano le hiciese capitán jefe de su guardia personal, y le distinguiese con otros honores. Pero no sabía el emperador que un tan aguerrido oficial fuese cristiano y no adorador de los dioses del Imperio. En cuanto lo supo, dejó ya de ser su preferido, tuvo que padecer los más crueles castigos, hasta morir por no haber querido renegar de su fe. El que se había ganado la confianza de Diocleciano por haberse destacado en muchas batallas como uno de los soldados más intrépidos, y también por sus costumbres ejemplares, alejadas de los libertinajes de la milicia, desde que confesó paladinamente ser cristiano se convirtió en pesadilla y obsesión suya, fue odiado por él con verdadera ferocidad.

Hacía algunos años que los cristianos de Roma estaban algo tranquilos. Parecía que no habían de volverse a ver unas persecuciones tan duras como las del tiempo de Nerón y de otros emperadores. Y aunque había que andar con mucho cuidado para no excitar nuevamente los odios de los paganos, nadie molestaba a los seguidores de la doctrina de Cristo. Aquella temporada de paz permitió que Sebastián trabajase mucho, como se había propuesto, propagando la verdadera religión dentro del ejército y entre muchas personas distinguidas de la gran Urbe. Es claro que todo debía realizarlo con prudentísimo secreto. Nadie podía asegurar que la persecución no era posible que estallase de un momento a otro.

Así pudo convertir a Cromacio, uno de los principales personajes de Roma; a los dos hermanos Marco y Marcelino; a Zoé, esposa de Nicostrato y señora muy ilustre, que bien pronto sufrió el martirio; y a muchos más, que, después, cuando la persecución se renovó, supieron ofrecer generosamente su sangre en defensa de la verdad.

Encuadrando el glorioso apostolado y el martirio de San Sebastián en los relatos tradicionales, debemos decir que fueron anteriores a los decretos de persecución general, dados por Diocleciano y Maximiano hacia el año 303, cuando el primero se había incorporado al segundo a su mando, con igual poder, tomando ambos el título de augustos y dividiéndose el Imperio en oriental y occidental, para gobernar en Oriente Diocleciano, establecido en Nicomedia, y en Occidente Maximiano, con residencia en Italia. Es más: sabido es que cada uno de ellos se adjuntó un segundo con el título de césar, y así el gobierno del Imperio quedó de hecho transformado en una tetrarquía. Todo ello se hizo a fin de poder administrar mejor tan vastos territorios... Pero el martirio de San Sebastián tuvo lugar antes de estar implantada esta reorganización: algunos años antes de terminar el siglo tercero, cuando se iniciaba la persecución, que se limitó al principio casi exclusivamente a los oficiales y soldados del ejército.

Influyó, sí, Maximiano en la inmolación de Sebastián. Compañero, ya en Roma, de Diocleciano en las tareas del mando, y casi mandante como él, supo de algunos soldados que eran cristianos, y los hizo matar despiadadamente. Sebastián, ayudado por el sacerdote Melquíades, que algunos años más tarde fue Papa, recogió los cuerpos de aquellos sus compañeros mártires, enterrándolos con gran veneración. Tomó también parte en un proceso celebrado contra unos cristianos, defendiéndolos animosamente. Por otra parte, como estaba acentuándose la persecución y no pocos cristianos habían sido ya detenidos, no cesaba de avisar a los que estaban en peligro de detención ni de visitar y consolar a los prisioneros. Por fin, convertía más y más número de gentiles, a veces con evidentes milagros... Podía adivinar que se acercaba su martirio, y por esto comenzó a prepararse con mucha oración y buenas obras, más numerosas que nunca. En efecto, no tardó en ser todo descubierto, llegando a conocimiento de Diocleciano y Maximiano. Y el valiente capitán fue llamado por ambos para que diese cuenta de sus actos.

Ni con promesas ni con amenazas pudieron hacerle renunciar a la religión de Jesucristo. Y por esto fue condenado a morir a saetazos, atado a un palo, muy cerca del palacio del emperador. Las flechas fueron hiriendo su cuerpo y llenándolo de sangre. Los arqueros disparaban sin cesar y sin equivocar un solo disparo. Pero Sebastián iba sonriendo y tenía los ojos brillantes de una alegría celeste. Por fin los cerró, y su cabeza y cuerpo cayeron desfallecidos. Los verdugos lo dejaron, creyéndole muerto...

Sin embargo, vivía aún. Una santa mujer, llamada Irene, hizo retirar su cuerpo para darle sepultura; pero viendo que respiraba, lo hizo llevar a su casa, donde reanimarlo, curándose en pocos días todas sus heridas. Entonces, en vez de esconderse, presentóse con más valor que antes al emperador Diocleciano, que se llenó de pánico al verle, pues le creía ya muerto y sepultado. El Santo Mártir proclamó ante él su fe y le reprendió por su crueldad. Indignado Diocleciano, le echó de su presencia, mandando que fuese azotado hasta una muerte cierta.

Así se cumplió. Y para impedir que los fieles lo sepultasen, echóse el cadáver en una cloaca. Pero Santa Lucina tuvo por la noche una visión, en la que el propio Mártir le dijo dónde estaba su cuerpo y dónde quería se le enterrase. La santa cumplió el encargo; y el glorioso héroe fue enterrado en unas catacumbas, sobre las cuales edificóse, y existe todavía, una iglesia en honor suyo.

Es invocado San Sebastián universalmente como protector contra la peste. Así lo hace constar la inscripción de su sepulcro: «A Sebastián, mártir y campeón de Cristo, defensor de la Iglesia, terror de la peste».